El final de la película EL SÉPTIMO SELLO me transmitió cierta sensación de serenidad, como si el Director hubiera querido envolver el mensaje en un manto de aceptación tranquila del inevitable final al que está abocado todo ser vivo.
Aun siendo Danza de la Muerte también, a mi entender la escena final tiene poco que ver con los murales que en otro momento de la película vemos plasmados por un pintor en las paredes de una iglesia: el paisaje al aire libre, la colina, y sobre todo la interpretación que de lo que está viendo hace el superviviente José, creo que descargan a esta secuencia final del acento tan sombrío, oscuro, tétrico que se desprende tanto de las figuras dibujadas en los murales como del ambiente que se respira a lo largo de la mayor parte de la película.
Lo más difícil de digerir emocionalmente para mí ha sido la secuencia de los flagelantes: el dolor buscado, provocado voluntariamente, infligido con premeditación [masoquismo, sadismo, crueldad, martirio…] es la faceta del comportamiento humano que más difícil de entender y asimilar me resulta, por lo que este tipo de escenas me provocan un desasosiego muy grande.
Globalmente, entiendo que la película retrata una sociedad tan temerosa de la muerte que se incapacita a sí misma para vivir.
El personaje de la muerte, sin embargo, aun siendo distante, aséptico, no me ha parecido frío. La expresión de su rostro en ningún momento deja de ser serena, plácida e incluso se permite alguna sonrisa cómplice de vez en cuando. Diría que se presenta como un compañero de viaje que está ahí para hacer de guía cuando, más tarde o más temprano, te toque cruzar la Laguna Estigia. Triste sí, doloroso también, pero no angustioso: juega un poco contigo [¿quién no ha vivido alguna situación en la que posteriormente te das cuenta de que una “chiripa” te ha salvado de ir a parar a la barca de Caronte?], pero mientras tanto TE DEJA VIVIR si realmente así lo quieres.
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